martes, 24 de enero de 2012

“La adopción tropieza en la escuela”. Fuente: Diario El País. 12-mayo-2010

"tu hoy no juegas, rusiana!"; "¿Qué miras, negro?". Quienes hablan así no son adultos ni xenófobos camuflados a los que traiciona el lenguaje. Son chavales de primaria que se dirigen así a sus compañeros, españoles adoptados y nacidos en Rusia, en India, en Colombia o Etiopía. No es eso lo habitual: en un colegio concertado de Madrid se preguntó hace unos meses a los alumnos a quiénes elegirían como amigos y una niña nacida en otro continente y de tez muy oscura obtuvo uno de los índices de popularidad más altos. "Pero los brotes racistas no son algo excepcional", asegura Javier Múgica, psicólogo de la cooperativa de iniciativa social Agintzari, en Bilbao.

La escuela supone la prueba de fuego para la mayoría de los niños adoptados, la segunda gran barrera, la inesperada aduana a traspasar después de estar ya dentro. Para muchos, un segundo proceso de adaptación concluido el familiar.

Desde 1996, en que se reguló la adopción internacional, a 2006, los españoles han prohijado a más de 35.000 niños de origen extranjero. Por edad (no hay estadísticas), un alto porcentaje cursa en estos momentos alguna de las etapas de la educación obligatoria. Pero estos reyes de la casa corren suertes diversas al llegar a las aulas. "Es una lotería", afirma Javier Múgica. En muchos casos la integración es fluida y el centro subsana la falta de base del recién llegado con refuerzos. En otros, las reticencias de algunos maestros y las peleas con otros niños desembocan en aislamiento. Al final, el niño no arranca a estudiar, los profesores se cansan y determinados alumnos se aprovechan de su baja autoestima o falta de habilidades sociales para mantenerlo a raya.

"Más del 70% de las consultas que recibimos tienen que ver con el ámbito escolar", reconoce Lila Parrondo, responsable de Adoptantis, un servicio de orientación para padres adoptivos subvencionado en un 50% por la Comunidad Autónoma de Madrid. Por este servicio han pasado unas 180 familias. Al mismo tiempo, Adoptantis ha recabado las experiencias de otros padres adoptivos a través de una encuesta que ha recogido 160 testimonios. Los resultados arrojan este dato: el 46% de los chicos vive con dificultad el proceso de adaptación escolar. De algún modo, el sistema educativo falla.

Atiende, pero no se entera. O desconecta a los pocos minutos y se pone a dibujar. ¿Dónde está el cuaderno de Lengua? ¿Qué es lo que tiene que escribir? Quién sabe. Pero en su mochila hay una armónica, y un juego de soldados, y un helicóptero, y un huevo del que sale un dragón. Son sus tesoros. Sabe que no puede llevarlos al cole, pero él no se desprende de sus juguetes. Tiene ocho años, al igual que sus compañeros de 3º de Primaria, pero cualquiera diría en ese momento que no pasa de los siete, o seis. Uno de los profesores afirma que tiene la dispersión de algunos adoptados del Este... ¿Qué le pasa realmente? ¿Debe seguir el curso que le corresponde por edad ese niño de seis que llegó con cuatro años con un exiguo vocabulario de su antigua lengua y que ha aprendido la nueva a marchas forzadas y apenas sabe escribir? Ante una pizarra llena de signos perfectamente familiares para sus compañeros y para él ilegibles, el chaval siente pánico.

"En la etapa infantil no se notan las dificultades: el nivel de exigencia es menor y cada niño manifiesta su propio ritmo. Es en Primaria donde afloran: no siempre se debe a falta de capacidad, sino a que al haber vivido sus primeros años en una institución su desarrollo es más lento", dice Múgica. Es lo que algunos psicólogos llaman "un déficit cognitivo acumulado". Este retraso remite al poco de vivir en familia, pero no siempre se recupera al cien por cien. Mejor no fijarse plazos. Hay expertos que calculan un mes de retraso por cada cuatro pasados en el orfanato, pero es sólo una aproximación. Depende de cada niño.

No es fácil. Desde que llega encuentra demasiados estímulos y enigmas alrededor y el pequeño se siente en algunos momentos como un marciano. Sus padres le han llevado tal vez a un colegio privado, quizás bilingüe. O tal vez ocupe un sitio cerca del profesor en un colegio público. Pero no despega, está ausente, o juega demasiado, no entiende el lenguaje del esfuerzo ni le motivan esos libros que lleva en la mochila.

Y empieza el rosario de preguntas: ¿Tendrá un CI bajo? ¿Le convendrá repetir curso y esperar a que crezca? Nace el peregrinaje al gabinete psicológico en demanda de pruebas. O a los centros de orientación educativa correspondientes. En ocasiones, esta preocupación es un revulsivo para detectar problemas auditivos o visuales no valorados a la llegada del niño... En el fondo, nada distinto de lo que suelen hacer padres y madres con niños poco estudiosos. Pero a menudo aplicados desde la ansiedad de querer ir a la raíz, rellenar carencias y recuperar "la normalidad".

Son esponjas. Algunos más listos que el hambre. En un año, quizás meses, aprenden castellano e incluso los dos idiomas habituales si viven en Cataluña, Galicia o Euskadi. Sin embargo, "no es lo mismo hablar en términos coloquiales que estudiar en esa lengua y adquirir conocimientos académicos", advierte Javier Múgica. No es lo mismo manejar la Nintendo que procesar conocimientos. A algunos les falta poso, entrenamiento intelectual. En definitiva, tiempo.
Adoptantis ha elaborado una Guía para familias y educadores (Adoptar, integrar, educar), en colaboración con el Instituto Madrileño del Menor y CORA (Coordinadora de Asociaciones de Defensa de la Adopción y el Acogimiento). De las respuestas de las familias que acuden al servicio o que han participado en su encuesta, se desprende que el 89% se incorpora al curso que le corresponde por edad, y que, una vez en el aula, el 43% busca la atención del profesor de modo constante.

En concreto, un 27% interrumpe con mucha frecuencia el desarrollo de las clases o busca hacerse el gracioso –el payasete de la clase-. En la misma línea, el 35% de los padres consultados señala que los niños dominan en seguida el lenguaje cotidiano, pero experimentan a veces gran dificultad para comprender conceptos.
La violencia hacia sus compañeros es minoritaria (un 8%), pero algunos pierden el control en el recreo, y se muestran o se les tacha de pendencieros. O la emprenden contra el material de clase, según las familias. Además, un 25% ha vivido situaciones de acoso y rechazo por sus compañeros, bien por la adopción misma o por pertenecer a una raza distinta.

El psicoanalista José Antonio Reguilón, especialista en acogimiento y adopción, subraya que el problema escolar está presente en muchas de las historias que pasan por su consulta, sea como causa o consecuencia. "En los primeros momentos de la adopción, vienen receptivos, hay un deseo de integrarse en el entorno familiar. Padres y niños convergen y se produce un idilio: 'Yo tengo lo que tú necesitas', vienen a decirse. Pero pronto aparecen unas expectativas: padres y profesores esperan algo de estos niños que ellos no saben interpretar", analiza Reguilón. Sobre este desconcierto pivota una idea recurrente: el abandono, el desamparo, la pérdida. "Hay una necesidad de saber y elaborar lo que les ha ocurrido, y no se les da tiempo para lograrlo", añade.

"Estos niños no vienen de Barajas", recuerda Lila Parrondo. Su biografía arranca de más lejos. Pero no hay una adopción igual a otra. "La primera niña no tuvo dificultades. La segunda ha ido al mismo colegio y ha necesitado logopeda, va más lenta", explica un padre madrileño al hablar de sus hijas chinas. "Es obvio que cada hijo es distinto. Los adoptados no tienen por qué ser más conflictivos. Conozco hijos biológicos que en la adolescencia se vuelven insoportables. Pero yo tengo una niña biológica y un hijo adoptado y éste me está dando más trabajo", opina una madre con una hija adolescente y un pequeño en Primaria. "Con él me lo tengo que currar más", agrega.
"Hay que hacer algo con este niño. No cumple las normas, golpea a otros chicos..." evoca Lila Parrondo. Los padres a veces no reconocen a su hijo en el retrato que le presentan los profesores. En casa, un adulto, a menudo dos, le marcan límites, su vida está organizada. En el colegio, el profesor tiene a más de 20 alumnos, quizás 30, y no puede dirigirse a él en cada momento.
Para captar su atención, el pequeño interrumpe o hace el payaso, quiere que el profe le cuente a él solo lo que acaba de escribir en la pizarra. Piensa que si los otros niños se ríen con sus gracias es porque le aprecian. Peor es el vacío, la soledad, la tristeza.

Parrondo considera que los padres queman etapas en seguida al iniciar la escolarización a los pocos días de que llegue el menor. "Sienten la necesidad de normalizar todo, pero es mejor que la incorporación sea paulatina, que el hijo se sienta seguro", agrega. Además, cuestiona el sistema de escolarizar según la edad, y pide flexibilidad para que el niño pueda estar en una clase inferior. O que repita curso. Lo que importa es evitar "un pulso entre los profesores y el niño" que repercute en la vida familiar, causando malestar, razona Parrondo. "Si no se ataja, aparecen las mentiras y las estrategias para escaquearse de deberes y obligaciones", añade.

Al igual que Parrondo, Múgica apuesta por una adaptación del sistema educativo al pequeño, a fin de que todo el esfuerzo no recaiga en éste. "Legislar es complejo, pero es necesario bajar el nivel y guiarse por la edad de maduración, no la cronológica". Y advierte: "No hay que dejarse llevar por las características del colegio. A veces, cuanto más de élite, peor. Porque es que resulta que los pijos son los padres, no sus hijos... Hay que buscar profesores comprometidos, centros pequeños y de educación personalizada o de ambiente familiar", agrega.

Javier Múgica insiste en que el adoptado fue antes un niño abandonado, y hay que restaurar esa herida. "Nacen con desventaja", reitera, "y aunque no son niños de educación especial, sí tienen, algunos al menos, necesidades específicas. Por ignorancia o insensibilidad, sin embargo, la escuela en vez de curar, renueva esa sensación de pérdida", continúa. Hay cierta tendencia a considerar a bastantes de ellos problemáticos o hiperactivos (y tal vez alguno lo sea), pero Múgica sostiene que esos síntomas reflejan que es "un niño dañado desde el punto de vista emocional". En líneas generales el niño pequeño se adapta mejor a su nuevo hogar, prosigue, "pero desde el punto de vista emocional, no importa tanto la edad, como los vínculos establecidos en los primeros años de vida". Parrondo, por otra parte, asegura que no es extraño que algunos niños se muestren movidos o inquietos: "Les ofrecemos constantes estímulos y les proponemos un estilo de vida hiperactivo". Los padres deben ser realistas en sus objetivos y dejarse de fantasías, concluye.

Fuente: Diario El País. 12-mayo-2010

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